Si el documento más personal que José Antonio Primo de Rivera dejó en una maleta tras su fusilamiento en la cárcel de Alicante fue su testamento, tal vez podría aventurarse que el segundo más íntimo fue un telegrama con cinco palabras definitivas: Je pense a toi. Love. (Pienso en ti. Amor). El texto había sido enviado en marzo de 1936 por Elisabeth Asquith Bibesco, primogénita del primer ministro inglés Lord Asquith, esposa del diplomático y príncipe rumano Antoine Bibesco y escritora de convicciones socialistas que se había codeado desde niña con algunas de las mentes más brillantes de la Europa de entreguerras (George Bernard Shaw, Virginia Woolf, Maynard Keynes o Marcel Proust).
Solo varias décadas después de la muerte de ambos –él en 1936 y ella en 1945- salió a la luz la relación entre el abogado y la esposa del embajador rumano, que en vida debió deslizarse por rutas clandestinas. Lo hizo en 2005 el periodista deportivo José Antonio Martín Otín en el libro El hombre al que Kipling dijo sí (Barbarroja), que indagó en la historia después de encontrar en una librería londinense un ejemplar de la novela The Romantic, escrita por Elisabeth Bibesco. La dedicatoria de la primera edición, de 1940, era inequívoca: “A José Antonio Primo de Rivera. Te prometí un libro antes de que empezara. Es tuyo ahora que ha concluido. Aquellos que amamos solo mueren cuando nosotros morimos”.
Un amor secreto que ha utilizado el cineasta Álvaro Saénz de Heredia para escribir el libreto del musical Mi princesa roja con el que reivindica la figura del fundador de Falange. “Los jóvenes no tienen ni idea de quién fue José Antonio ni del pasado. El musical es un vehículo extraordinario para hacerlo y yo quería divulgar su figura”, explica Saénz de Heredia, también director del montaje y familiar del controvertido protagonista del espectáculo (su padre, el también cineasta José Luis Sáenz de Heredia, era primo de José Antonio). “Es un personaje tan desconocido, o no estudiado con objetividad… No me parecía bien que para unos fuese el máximo representante del bien y para otros, el máximo representante del mal”, añade.
La obra, que se estrenó el jueves en el Teatro Arlequín de Madrid, arranca con el fusilamiento de Primo de Rivera en la cárcel y a lo largo de media hora avanza entre lo privado y lo público. La escenografía descansa sobre una sucesión de fondos audiovisuales, que reducen al máximo los elementos decorativos. Por el escenario desfilan personajes históricos como Manuel Azaña, Federico García Lorca, a quienes se presenta como buenos amigos de Primo, Largo Caballero, Mola o Queipo de Llano, uno de los futuros golpistas con el que acaba a golpes. El Primo de Rivera del musical (interpretado por Jesús Cisneros) es idealista, compasivo (se le presenta ayudando a un obrero herido tras una protesta) y admirador de Azaña y Lorca. Se minimiza su oratoria incendiaria –la defensa de “la dialéctica de los puños y las pistolas” que realizó en el discurso inaugural de la Falange en octubre de 1933- y se exalta su heroísmo en los momentos finales de su vida.
“Él se desmarca del 18 de julio, era muy crítico con los militares”, afirma Ángel María García, asesor histórico del montaje. “A pesar de la imagen que se ha querido transmitir de él, era un hombre con una mentalidad que podríamos llamar progresista para la época”, añade. “No pretendemos hacer un panfleto político, sino contar una historia de amor imposible y los intentos que hubo por buscar una salida en un momento muy complicado. José Antonio intentó poner fin a la guerra. Hubo una serie de españoles como él o como Azaña que creían en una tercera España que no quería exterminar a la otra media”, asegura.