En el montaje de “La muerte de García Lorca” presentado en el Teatro Nacional de Caracas, en la temporada 1980/81, se mezcla lo terreno con lo sobrenatural.
Se trataba de un recorrido íntimo a través de las últimas horas de vida del poeta, prácticamente un monólogo que llegaba a lo más profundo de los espectadores de un modo demoledor.
La temporada fue de numerosas funciones a sala llena, la última de ellas en una tormentosa noche tropical.
Una de las escenas transcurría con el poeta solo en mitad del escenario que, iluminado por un spot prácticamente cenital, dialogaba con un Dios en el que no podía creer. En un momento dado levanta la voz y le exige una respuesta… El teatro quedaba, en ese instante, sumido en el más profundo de los silencios ahogados por la tensión dramática del cuadro. Pero en esta ocasión, apenas acababa de decir el actor su texto, el retumbar ronco de un estruendoso trueno saltó a traición. Finalizadas las últimas reverberaciones del fenómeno metereológico todos callaron unos segundos más, hasta que como necesaria catarsis a la tensión acumulada, echaron a reír.