El actor José Luis Pellicena falleció ayer a los 85 años en el distrito de Moncloa-Aravaca de Madrid, según informó José María Ollero, uno de sus amigos que le acompañó hasta el último momento, y confirmó la entidad de gestión de derechos de autor Aisge. El tanatorio de La Paz de Tres Cantos ha confirmado esta mañana que la capilla ardiente con el actor estará abierta durante el día de hoy. El intérprete se encontraba hospitalizado, cuando sufrió un infarto del que fue imposible reanimarle. Hacía unos 10 años que se había retirado de los escenarios.
Muchos descubrimos a José Luis Pellicena como galán televisivo un tanto a la antigua pero arrollador: voz de barítono, mirada intensa, autoridad física, ideal para personajes aristocráticos y atormentados o con un trasfondo oscuro. Para muestra un botonazo en 1970: el Raskolnikov de Crimen y castigo, uno de los triunfos de las novelas por episodios de media tarde, a las órdenes de González Vergel. El éxito fue tan grande que el año siguiente le encargaban una serie a su medida, en la que protagonizaba todos los episodios, de personajes distintos: A través de la niebla, con guiones de Lorenzo López Sancho. Historias de terror y fantasía (grandes títulos: El pasado del profesor Legrand, Los ojos de Sid Newman, La dama de Barbarelli), que hacían pensar en el actor como un posible heredero joven de Ibáñez Menta. Un tanto fuera de época, pero irresistible.
José Luis Pellicena era de una generación que se formó en escenarios y platós, aunque tuvo una maestra fundamental: su esposa, la actriz argentina Olga Moliterno. compañera de vida y de tablas, a la que conoció en 1957, cuando él hacía su primer papel importante (en El diario de Ana Frank) y ella acababa de llegar a España. El historial de Pellicena es apabullante. En los cincuenta y sesenta, incontables clásicos (Sófocles, Aristófanes, Calderón, Lope, Shakespeare), maestros de la época (Arthur Miller, Eugene O’Neill) y autores que entonces despuntaban, como Peter Shaffer, de quien hizo en 1959 Ejercicio para cinco dedos, y en 1981 interpretaría a Salieri en Amadeus. Entre los setenta y los ochenta la diversidad de sus papeles es sorprendente. Para citar solo algunos: Las manos sucias, de Sartre (1977), Drácula (1978), de Balderston y Deane; Don Carlos(1979) de Schiller, Panorama desde el puente (1980), de Miller,
y también en el 80 su papel favorito, más arriesgado y más aplaudido: nada menos que la reina Isabel I de Inglaterra en Contradanza, de Francisco Ors, a las órdenes de Tamayo.
Otros títulos de la década son el Eduardo II(1983) de Marlowe, Del rey Ordás y su infamia (1983), de Fernán-Gómez, y el memorable montaje que hizo José Carlos Plaza de Eloísa está debajo de un almendro(1983), de Jardiel, donde Pellicena se burlaba suavemente de su perfil de galán romántico. A las órdenes de Plaza vuelve a trabajar en 1991 con un tour de force: las Comedias Bárbaras de Valle, donde interpretaba a Don Juan Manuel de Montenegro. “Hicimos las tres funciones – contó en una entrevista reciente – y los fines de semana, las tres seguidas: seis horas y media sobre el escenario”. En 1994, otro reto con el que no se sintió a gusto: el marqués de Sade del Marat-Sadede Peter Weiss, con José Pedro Carrión como Marat y Nuria Gallardo como Carlota Corday, que montó Miguel Narros. En 2000 interpretó Escenas de un matrimonio, de Bergman, con Magüi Mira; en 2003, el Tartufo de Molière, que había representado en 1998. En 2004 murió su esposa, Olga Moliterno, y el mundo se le vino encima. Sus últimos trabajos fueron El retrato de Dorian Gray, de Wilde, con Eloy Azorín y Juan Carlos Naya, en 2004; La escalera, de Charles Dyer, con Julio Gavilanes, a las órdenes de Ángel Fernández Montesinos, en 2006, y Llama un inspector, de Priestley, en 2007.
En el mundo del cine no encontró proyectos a su medida. Hizo una decena de películas, pero solo se sentía orgulloso de En septiembre (1982), de Jaime de Armiñán, una historia melancólica de amor y madurez, donde compartió reparto con sus amigos Agustín González, Amparo Baró, Maria Luisa Merlo y Álvaro de Luna.