Rafael Gallud, fue toda su vida actor de teatro, pero de los de antes: no de los que se hacen ricos trabajando en series de televisión, sino de los que siguen siendo pobres actuando en todos los teatros de provincias del suelo patrio y de otros suelos. Puede decirse que se pasó toda su vida de gira. Entonces los actores cobraban el suelo semanalmente y, a mitad de la semana, ya habían pedido que les adelantaran algo a cuenta de la semana siguiente.
Su hijo Enrique Gallud Jardiel, nos ofrece una de sus muchas anécdotas:
Ésta, no tuvo lugar en escena, sino en el café del teatro, entre función y función. Era la compañía de María Fernanda Ladrón de Guevara y estamos hablando de mediados de los años cincuenta. Era corriente que los actores salieran a tomarse un café entre una representación y otra, sin tiempo casi para desvestirse y mucho menos para desmaquillarse. Si iban vestidos de época (Tenorios y cosas así) entonces se ponían un abrigo encima de la ropa, para disimular.
Pero en aquella función, Rafael Gallud vestía una gabardina, con lo cual no desentonaba mucho de los otros parroquianos. Así es que salió a cafetear tranquilamente.
Tomaba el hombre su café en la barra cuando una señora que estaba al lado suyo le miró, pegó un grito que puso los pelos de punta a todos los que allí se encontraban y se desmayó. No fue un vahído, sino que cayó redonda al suelo y tuvieron que llevarla en volandas entre varios a la casa de socorro más próxima. Luego se supo que había tenido un infarto.
El actor no entendió en principio qué había pasado, pues no conocía de nada a aquella señora, ni cómo él podía haber sido el factor desencadenante del ataque. Todo se aclaró más tarde.
La obra que estaban representando era Crimen perfecto, de Frederick Knott (sobre la que Hitchcock hizo una película en 1954: Dial M for Murder). Si recuerdan el argumento, existe un asesino a sueldo que intenta acabar con la protagonista y a la que ella mata con unas tijeras.
Pues bien: aquel papel de asesino era el que hacía Rafael Gallud y al salir al café llevaba todavía por descuido unas larguísimas tijeras clavadas en la espalda, cuya contemplación fue lo que provocó el soponcio de la dama.
(Enrique Gallud Jardiel)